Los vetones y la Hispania céltica

En función de evidencias lingüísticas se ha dividido la Península Ibérica en dos áreas, ibérica y céltica, caracterizadas ambas por su diversidad cultural y étnica. El pueblo prerromano de los velones ocupó el occidente de la Meseta, siendo la mayor muestra arqueológica el yacimiento de Cogotas (Ávila).

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La cultura de Cogotas I (I milenio a.C.) se ha considerado durante mucho tiempo una cultura del bronce final con huellas de cultivación, pero actualmente se tiende a pensar que es propiamente indígena y se sitúa durante el bronce medio atrasando sus inicios al II milenio a.C. En el siglo IX a.C. surgen en la Meseta los primeros castros y se aprecian claras influencias de las culturas del Atlántico, del sur y del valle del Ebro. El control del comercio con Tartessos a partir del siglo VIII a.C. propicia el desarrollo de la jerarquización social. En el siglo V a.C. llegó una crisis debido a la desaparición tratéis, generando en el área central peninsular la aparición de los oppida. En este nuevo horizonte aparece la cultura de Cogotas II, propia de los velones, cuyo rasgo arqueológico más llamativo es el fenómeno e los verracos, reflejo de la importancia de la ganadería en esta sociedad.

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Las Cogotas: del bronce al hierro

Las excavaciones realizadas por Juan Cabré en el castro y necrópolis de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila) dieron resultados que se publicaron entre 1930 y 1932, dividiendo la cultura prerromana de este territorio en dos fases.

La primera, de origen indígena, quedó asimilada a la cerámica a mano con decoración de boquique, situándola cronológicamente antes de la edad de hierro y con influencias celtas. La segunda fase fue identificada con los velones, a los que suponía Cabré de origen ligúrico, caracterizados por cerámicas a peine, cerámica de torno y ajuares metálicos. Los castros de esta fase quedaban asociados a los verracos. Pedro Bosch Gimpera encuadró estos descubrimientos dentro de las teorías inversionistas y la «cultura de Las Cogotas», afiliando a estos pueblos a las culturas «posthallstáticas» ligadas lingüísticamente a los indoeuropeos.

En la década de 1950, Joan Malquer se centró en el castro de Los Castillejos (Sanchorreja, Ávila) y el de El Berrueco (El Tejado, Salamanca). Consiguió demostrar cómo la cerámica de boquique no tenía influjos externos, sino que era una evolución indígena de la cerámica campaniforme del tipo Ciempozuelos. Los enterramientos en túmulos y el pastoreo sí serían influencias indoeuropeas-célticas, por lo que se da una cultura mixta datada a lo largo del siglo VIII a.C., identificada con los vetones de la primera edad de hierro.

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En la década de 1970 se dio un cambio rotundo en la interpretación de Cogotas I. Las dotaciones científicas denotaron mayor antigüedad en cerámicas de lo que se creía, alcanzando algunas el siglo XV a.C., pasando a identificarse Cogotas I con el bronce medio y tardío, desligada de influjos célticos. Se empezó a dar una separación cronológica entre Cogotas I y II que generó un hiato vacío entre ambos, haciendo de esta denominación algo poco preciso.

El pueblo de los vetones

Diferentes autores clásicos señalaron la existencia de los vetones en el occidente mesenterio, limitando al norte con vacceos, al este con carpetanos, al sur con oretanos y túrdulos, y al oeste con lusitanos. Su territorio estaba vertebrado por el río Tajo, extendiéndose hacia las provincias actuales de Ávila, Salamanca y parte de Cáceres y Badajoz.

Los datos históricos más preciso los proporciona Ptolomeo (siglo II), aunque varias de las ciudades que cita no han sido identificadas aún. Según él, la ciudad de Salamantica (Salamanca) era vetona, aunque para Polibio es vaccea. La conquista romana debió iniciarse en este territorio por el 154 a.C., a la vez que se producía el ataque a la celtibérica Segeda (Mara, Zaragoza) y al territorio lusitano. La campaña de Décimo Bruto contra los galaicos (138 a.C.) se toma como evidencia de que el territorio vetón por estas fechas estaba pacificado.

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Los oppida mejor conservados están en el abulense Valle de Amblés: Las Cogotas, La Mesa de Aranda y Ulaca son los más destacables. La mayoría muestran dos o tres recintos y poblamientos extramuros. Sólo una parte del interior está ocupado por casas de zócalo de piedra rectangulares, existiendo grandes espacios vacíos intramuros identificados como áreas de actividad socioeconómica. En la periferia de algunos recintos se han encontrado los verracos de piedra, indicando el vínculo entre el asentamiento y la ganadería. En las necrópolis se ha encontrado una aristocracia guerrera enterrada con ricos armamentos, quienes residían en la acrópolis. El resto de pobladores dedicados al ámbito agropecuario se asentaban extramuros en minifundios.

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Durante el siglo I a.C. se dieron cambios notables en los patrones de asentamiento, configurándose los nuevos núcleos conocidos en época de romanización. Las guerras civiles romanas del siglo I a.C. tuvieron especial repercusión en la desaparición de asentamientos como El Raso (Candeleda, Ávila). En el Valle de Amblés se despoblaron los grandes oppida y se dan centros urbanos menores como el encontrado en Ávila, denominada Obila por Ptolomeo. En el valle medio del Tajo, la ciudad de Las Herencias fue abandonada, sustituyéndose por Caesarobriga (Talavera de la Reina, Toledo), a pocos kilómetros de otro nuevo centro de poder como era Augustobriga (Talavera la Vieja, Cáceres).

Identidad, diversidad y lengua en la Hispania céltica

La dispersión que presentan los topónimos terminados en -briga se suele usar como criterio para marcar los límites de la Hispania indoeuropea, prueba que a día de hoy se pone en duda para la clasificación y organización de los pueblos prerromanos peninsulares.

La lengua indoeuropea es una «protolengua», una construcción teórica realizada a partir de las lenguas que consideramos que derivan de ella y que en la Antigüedad se extendieron por Eurasia. Su punto de partida sería en torno al 6000 a.C. desde las áreas esterarais rusas y Anatolia. Una de las familias lingüisticas que llegan al Occidente es la de las lenguas celtas. Las teorías de Jürgen Unterman dicen que todas las lenguas indoeuropeas peninsulares fueron célticas, llegadas al ámbito cantábrico por mar. Divide la Hispania céltica en dos áreas: occidental o lusitano-gallega (asignada por los teónimos comunes), y celtíbero-cántabro-vetona (hablaban lengua vetona). Sin embargo otros estudiosos como Javier de Hoz o Francisco Villar consideran, a partir de la hidronimia, que hubo una indoeuropeización temprana con una lengua denominada «antiguo europeo» y que llegó por los Pirineos en el II milenio a.C. Lenguas como la lusitana han generado teorías recientes como la de la arqueóloga María Luisa Ruíz-Gálvez, quien cree que el lusitano es una lengua franca utilizada por los pueblos atlánticos.

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Las lenguas habladas indoeuropeas sólo se escriben a partir del siglo II a.C. en Lusitania y Celtíberia. Del lusitano sólo conservamos tres inscripciones hechas en alfabeto latino, mientras que del celtibérico conservamos mucha más documentación. Para esta lengua se adoptó el signaría ibérico, y tardíamente el latino. Sólo se conocen algunas palabras, por lo que los textos más amplios siguen siendo un misterio. La sociedad celtibérica usó la escritura para diversas actividades. Unas fueron de carácter privado: grafitos sobre cerámicas, letreros sobre vasijas destinadas a rituales, sellos de alfarero, firmas de musivario, lápidas funerarias, etc. Pero la mayor parte conservada son de tipo oficial: monedas, toserás de hospitalidad, bronces con acuerdos públicos… Los cuatro bronces descubiertos en Contrebia Belaisca (Botorrita, Zaragoza) son el conjunto más importante de pruebas escritas de lengua celta.

Salvo aquellos pueblos concretos de los que se tiene noticia que tenían un matriarcado, el resto de poblaciones peninsulares interiores eran patriarcales. Sus estructuras sociales de parentesco son diferentes a las del área ibérica, denominándose «de genitivo en plural», fórmulas de organización suprafamiliar. Mientras que en el área ibérica sólo se denota el nombre y la filiación paterna, en el mundo céltico también se nombra siempre al grupo familiar al que pertenece. Por ejemplo, en una lápida encontrada en Ibiza escrita por un celtíbero aparece la fórmula: tiranos abulocum letontunos ke belikios (Tritanos de los Abulokos, hijo de Letontu de Beligio). Esta denominación de parentesco tenía entidad jurídica, pues aparece en los pactos de hospitalidad. Realizaban rituales de grupo, escribiendo los nombres grupales en tinajas que almacenaban bebidas alcohólicas.

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